ESPIRITU DEPORTIVO. Llevo un par de noches soñando con Inglaterra, con Dog&Partridge y con todas las personas que pasaron por mi vida en aquella época.
Me vi a mí, vestido con mi camiseta del Chelsea, entrando en la recepción, donde David, mi antiguo jefe, se reía de mí mientras él vestía su camiseta del Liverpool; después me acompañó a la cocina, pero me hizo esperarme en el pasillo, donde teníamos los cubiertos, el frigorífico de los postres y los carritos del desayuno, y él entró en la cocina diciendo que había un cliente muy especial aquella noche que quería conocer al jefe de cocina, Andriyan. Mi amigo Andriyan. Entré en la cocina y nos abrazamos y me arrepentí de haber dejado aquel lugar. Pero al final solamente había sido un sueño.
Ayer pude hablar con Andriyan, mi hermano búlgaro, que sigue allí y al que echo en falta de una forma que no imaginaba antes de venir aquí. Pese a que yo no había estado antes en Bulgaria, siento que su presencia en todas las esquinas, en todas las caras hay algo de él, y, aunque estoy conociendo mucha gente y de muy variopintas formas de ser, nadie me hace sentir como él me hacía sentir allí, en la pequeñita Ashbourne. Quien me conoce sabe lo importante que es para mí y quien lo conoce a él sabe lo importante que soy yo para él.
Y, como he dicho, hay días en los que me arrepiento de haber dejado aquel lugar, por muy pobre que fuera y las pocas oportunidades que ofrecía, pues allí me sentía protegido de alguna forma. Pero, si analizo fríamente mi situación, cómo ha cambiado mi vida en el último año, sé y agradezco saber que mi estancia en Inglaterra, en Ashbourne, en Dog&Partridge no fue casual, sino un paso más, un punto de inflexión para saber a dónde iba.
Si a mí, hace un año exacto, alguien me apostara una buena suma de dinero a que yo hoy estaría viviendo en Sofía, definitivamente ni me lo pensaría, pues en aquel momento Sofía no estaba en mis planes ni siquiera para visitarla. De hecho me iba a Inglaterra, y me fui, me fui de verdad. Y allí conocí a Andriyan. También a Yasen y Vesco. Pero Andriyan es Andriyan. De hecho le dediqué un relato a la semana de conocerle (El búlgaro), y él me presentó su ciudad, Varna, como un lugar idóneo para visitar, y de hecho decidí que algún día iría a Varna con él.
Andriyan sabía que aquel no era mi sitio, al igual que yo sé que tampoco es el suyo pese a que siga allí, pero si estábamos allí, los dos, juntos, a la misma vez, con tanto en común y tantas diferencias a la vez, con esa conexión que nos caracterizó desde el primer día, como si ya nos conociéramos de antes y tuviéramos la inherente necesidad de proteger el uno del otro. Y lo hacíamos y para mí estar allí era estar bien, estar con mi hermano. Andriyan sabía que yo volaría y así lo hice. Volví a España a trabajar en las presentaciones de La libertad de un gorrión, y después mi vida dio un vuelco.
Me hundí, no voy a contar más, pero es importante que sepáis lo duros que han sido para mí los meses de septiembre a diciembre, un trauma que me acompañará de por vida. Durante aquel tiempo, mientras mi novela se vendía y las gentes de Baena me contaban lo mucho que les había gustado, pese a que yo les oyera no podía escucharles y todo a mi alrededor se sumía en una espiral de negatividad, soledad y silencio. Pero él estaba ahí. Andriyan, con sus videollamadas semanales, a veces incluso dos veces por semana, calmando mis nervios y esperanzando mi camino, riendo y recordando los buenos tiempos que habíamos pasado juntos.
Y en diciembre llegó la noticia: me venía a Sofía a vivir. ¿Quién me lo iba a decir? Quizás si el año pasado no hubiera decidido irme a Inglaterra no habría encontrado aquella agencia que me timó y me llevó a aquel sitio de mala muerte. Quizás si no me hubieran timado y no hubiera llegado al Dog&Partridge no hubiera conocido a Andriyan. Quizás si no hubiera conocido a Andriyan mi estancia allí hubiera sido un infierno y mucho más corta de lo que lo fue. Quizás si no hubiera conocido a Andriyan Bulgaria seguiría siendo un país y una cultura totalmente desconocidos para mí. Quizás si no hubiera conocido a Andriyan y no hubiéramos compartido tantos momentos juntos hoy no estaría aquí; bueno, quizás no, seguro.
Es verdad, como sabe la gente que me conoce lo más mínimo, que yo no soy una persona religiosa ni muy espiritual, pero sí que creo fervientemente en el destino. Suena a incongruencia viniendo de una persona racional, educado en las ciencias puras donde dos más dos es cuatro y punto, pero es así, creo en el destino y cada paso que doy en mi vida me lo deja más claro.
Una situación difícil en mi vida me hizo volar de mi casa y mudarme a Inglaterra a un sitio en el que no aguantan ni las moscas, allí conocí a Andriyan y nos hicimos amigos y conocí una cultura tan cercana a la española pero tan diferente a su vez que me cautivó, después volví a España y la situación que me había echado de allí se había vuelto incluso más insoportable, y la única salida que encontraba era volver a Inglaterra, pero a otro sitio, por supuesto, y, al final, aquí me encuentro, en una ciudad que me tiene encandilado, trabajando en un puesto de ensueño, conociendo gente alucinante y echando de menos al artífice de todo esto.El otro día se lo decía Ángel a Iñigo, creo, que él también creía en el destino y que si estamos aquí es porque de verdad tenemos que estar aquí, porque nuestro sitio es este, porque este es un paso más en nuestra vida, y que hayamos coincidido tantos españoles a la vez no es casualidad.
Pues no, las casualidades no existen, y a mí Sofía cada día me gusta más, pese a que me falte mi hermano búlgaro conmigo. Pero no me preocupo, pues está bien, me echa de menos y pronto vendrá de visita o, quién sabe, quizás voy yo al Dog&Partridge de visita.