GUILLERMO COSCOLLA / ESPÍRITU DEPORTIVO. Con el técnico zaragozano en el banquillo, el Real Zaragoza está invicto y ha dejado los puestos de descenso a siete puntos.
Acepto. Bendita palabra y bendito momento en el que César la pronunció. No era una situación fácil cuando le tocó decirla. Había muchas cosas en juego, entre ellas, la más importante: la continuidad del Real Zaragoza. Sin embargo, sólo un tipo como César Láinez, zaragocista hasta la médula, conocedor de lo que tenía por delante y capacitado profesionalmente podía decir que sí al favor que le pidieron los dirigentes del club.
Como él manifestó en la previa del encuentro ante el Mirandés, “nuestro cuerpo técnico habíamos visto muchas veces al primer equipo por si algún día llegaba la oportunidad”. La oportunidad llegó. Aunque se hizo esperar, como las cosas buenas. A su antecesor, Raúl Agné, le dieron demasiadas vidas extras al frente de un equipo al que se le había olvidado ganar, que no creía en sí mismo. Finalmente, llegó el turno de César y con él no solo tres victorias y dos empates, que bien merecieron ser triunfos, sino también un equipo que ahora sí compite, que ahora sí sabe a lo que juega y lo que quiere, y que ahora sí transmite fiabilidad, regularidad y confianza.
Cuando César asumió las riendas lo hizo con una misión bien clara: asegurar lo antes posible que el Real Zaragoza juegue la próxima temporada en Segunda División. Pero esa misión tenía más de imposible que de posible tal y como se encontraba el vestuario en aquel momento. Un vestuario, según el anterior técnico Raúl Agné, “bastante tocado, que llevaba recibiendo muchos golpes durante mucho tiempo”. Un hándicap más, el del estado anímico, para César Láinez en busca de completar esa misión. Una misión que se encargó de dejar resulta al 95 % en tiempo récord. En sus primeros cinco partidos. Logró que el Real Zaragoza pasara de hacer 8 puntos de 33, registros con Agné, a sumar 11 de 15 posibles con el zaragozano en el banquillo.
No hay una sola clave que pueda definir el éxito de este “nuevo Real Zaragoza”. Hay muchas. Pero la primera para mí, el compromiso. Primero del técnico, por aceptar algo de máxima importancia, y después de los jugadores que dejaron en evidencia al segundo entrenador que ha pasado por el banquillo esta temporada. Esos jugadores “tocados” anímicamente son los mismos que una semana más tarde hicieron tres goles en 45 minutos, los mismos que llevan ocho goles a favor y solo tres en contra, los que todavía no saben lo que es perder teniendo a César Láinez como jefe. Por lo tanto, los futbolistas también se merecen un espacio en este momento por el que atraviesa el Real Zaragoza.
Quizás a más de uno le cueste creer y hacerse a la idea de la vuelta de 180 grados que César le ha dado al león rampante en tan solo cinco partidos. Ese efecto Láinez sigue imbatible, contagia optimismo, ese efecto dura más que el de los dos anteriores entrenadores de la presente temporada. Es un efecto sin síntomas de fracturarse.
Me alegro por César Láinez, también por el encargado de proponer su nombre para hacerse con las riendas del equipo. Fue su mejor decisión de la temporada. Pero no me alegro tanto de que lleve cinco partidos y le queden sólo siete. La propuesta llegó tarde, pero César se encargó de que la misión se cumpliese antes de lo esperado.